EL PAPA FRANCISCO EXPLICA EL PASAJE DE LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES Y LOS PECES
Estimados hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de este domingo narra el célebre episodio de la multiplicación de los panes y los peces, con los que Jesús sacia el hambre de cerca de cinco mil personas que se habían congregado para escucharle (cf. Jn 6 ,1-15). Es interesante ver cómo ocurre este prodigio: Jesús no crea los panes y los peces de la nada, no, sino que obra a partir de lo que le llevan los discípulos. Dice uno de ellos: «Aquí hay un chico que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero, ¿qué es esto para tanta gente?» (v. 9). Es poco, no es nada, pero le basta a Jesús.
Tratamos ahora de ponernos en el lugar de ese chico. Los discípulos le piden que comparta todo lo que tiene para comer. Parece una propuesta sin sentido, más aún, injusta. ¿Por qué debemos privar a una persona, sobre todo a un chico, de lo que ha llevado de su casa y tiene derecho a quedarse para él? ¿Por qué debemos quitarle a uno lo que en cualquier caso no sería suficiente para saciarlos a todos? Humanamente es ilógico. Pero no para Dios. De hecho, gracias a ese pequeño don gratuito y, por tanto, heroico, Jesús puede saciar a todo el mundo. Es una gran lección para nosotros. Nos dice que el Señor puede hacer mucho con lo poco que ponemos a su disposición. Sería bueno pedirnos todos los días: “¿Qué le llevo hoy a Jesús?”. Él puede hacer mucho con nuestra oración, con un gesto nuestro de caridad hacia los demás, incluso con nuestra miseria entregada a su misericordia. Nuestra pequeñez a Jesús, y Él hace milagros. A Dios le encanta actuar así: hace cosas grandes a partir de las pequeñas, de las gratuitas.
Todos los grandes protagonistas de la Biblia, desde Abraham hasta María y el chico de hoy, muestran esa lógica de la pequeñez y del don. La lógica del don es muy distinta a la nuestra. Nosotros tratamos de acariciar y aumentar lo que tenemos; Jesús, en cambio, pide dar, menguar. Nos encanta añadir, nos gustan las adiciones; a Jesús le gustan las sustracciones, quitar cosas para darlas a los demás. Queremos multiplicar para nosotros; Jesús aprecia cuando dividimos con los demás, cuando compartimos. Es curioso que, en los relatos de la multiplicación de los panes presentes en los Evangelios, nunca aparezca el verbo “multiplicar”. Es más, los verbos utilizados son de signo opuesto: "partir", "dar", "distribuir" (cf. v. 11; Mt 14,19; Mc 6,41; Lc 9,16). Pero no se usa el verbo multiplicar. El verdadero milagro, dice Jesús, no es la multiplicación que produce orgullo y poder, sino la división, compartir, que aumenta el amor y permite que Dios haga prodigios. Intentemos compartir más, intentamos seguir este camino que nos enseña Jesús.
Tampoco hoy la multiplicación de los bienes resuelve los problemas sin una distribución justa. Me viene a la cabeza la tragedia del hambre, que afecta especialmente a los niños. Se ha calculado —oficialmente— que unos siete mil niños menores de cinco años mueren a diario en el mundo por motivos de desnutrición, porque no tienen lo necesario para vivir. Ante escándalos como estos, Jesús nos dirige también a nosotros una invitación, una invitación similar a la que probablemente recibió el muchacho del Evangelio, que no tiene nombre y en el que todos podemos vernos:
“Coraje, da lo poco que tienes, tus talentos y tus bienes, ponlos a disposición de Jesús y de los hermanos. No tengas miedo, no se perderá nada, porque, si compartes, Dios multiplica. Saca fuera la falsa modestia de sentirte inadecuado, ten confianza. Cree en el amor, cree en el poder del servicio, cree en el poder de la gratuidad”.
¡Quítate de en medio! Deja que la acción de Dios transforme las situaciones y conciencias de escasez… en generosidad (partir y compartir) y en abundancia (para el bien común).
Que la Virgen María, que dijo “sí” a la inaudita propuesta de Dios, nos ayude a abrir nuestros corazones a las invitaciones de Dios, ya las necesidades de los demás.